Seguramente esta sea una de las entradas más personales que escriba, y si digo seguramente es porque al fin y al cabo desconozco que me depara el futuro.
Como ya todo el mundo sabe desde hace un tiempo estaba sumido en la creación de una novela, desconozco cuando comencé pero sea como sea aquí está...o al menos parte de ella. Si que es cierto que ha habido un cierto hermetismo en todo cuanto rodeaba esta novela y es por eso mismo que en esta entrada tan solo pondré su primer capitulo, la razón no es otra que la de seguir con su hermetismo, y seguir corrigiendo pues a fecha de hoy esa es la labor que toca: corregir uno por uno sus 300 folios.
En memoria del silencio es una obra natural, cruda, directa, emocional la cual se centra en la vida de un protagonista que intenta vivir el presente con una herida del pasado mientras el mundo se va desmoronando. De acuerdo: es un resumen muy resumido (nunca mejor dicho) pero es por eso, por la naturalidad, la escasa ficción pues al fin y al cabo la obra se centra en la actualidad de nuestro día a día con personas que uno puede ver cerrando (apagando) la novela.
La portada no es la oficial, a fecha de hoy no hay portada, la fotografía viene a ser la 2º portada que se realizó para una lectura correctiva que me guiase viendo posibles errores. Si alguien se pregunta el porque de un conejo la respuesta es simple: adoro romper esquemas.
Seguramente esto sea la único que se filtre pues si bien es cierto que hay editorial detrás y que lógicamente mi circulo más cercano tendrá la obra por el resto creo que lo mejor es que de momento guarde silencio.
1
Deberías levantarme, lo sé. El
estridente ruido del despertador resuena por todo el edificio. La ciudad se
despierta lentamente al ritmo de un sol de otoño algo agazapado tras unas
débiles nubes que se niegan a desaparecer. Fuera, en la calle, los coches
circulan por caminos conocidos marcando con el ritmo de sus motores la banda
sonora de cualquier ciudad. Dentro, en los hogares, los más variados
despertadores van recordando a aquellos que sueñan que deben comenzar a
moverse. Entre medias suenan los pasos de alguna vecina que parece querer
estrenar cada día unos nuevos zapatos de tacón. A nadie le gusta madrugar,
cuando el sueño está presente la cama parece ejercer una atracción
irresistible.
-Quédate conmigo un rato más
–Parece decirme mi cama mientras busco con mi mano el maldito despertador.
Finalmente tras varios
intentos de encontrarlo a ciegas logro cogerlo de encima de la estantería que
hay por encima de mi cabeza. Parece que mis dedos ya conocen el lugar exacto
del botón para detenerlo así que con más inercia que ganas consigo detener su
infernal ruido.
Un tremendo bostezo y algún
que otro gesto que harían dudar a Darwin de la evolución de los primates al
hombre consigo llegar al cuarto de baño. Al mirarme al espejo y ver como mi
largo cabello reposa en su totalidad sobre mi rostro recuerdo de nuevo a Darwin
más y cuando de buena mañana el cuerpo parece tener un salpullido
invisible. Pero hay que prepararse,
la oficina no llega a casa y mucho menos
el dinero. Por más que algunos pretendan
creerlo el dinero no crece de los árboles.
Una buena taza de café acompañada por un par de tostadas eran más que
suficientes para soportar la jornada laboral de ocho horas. Mi cuerpo ya se
había acostumbrado tiempo atrás a recibir un cuidado más bien escaso, sabía que
tarde o temprano aquella falta de atención me pasaría factura pero no me
importaba, tenía bien claro, dentro de
mi ignorante duda, que no iba a preocuparme por un futuro incierto. Si algo
tenía que pasar ya pasaría.
Mi lugar de trabajo se encontraba en una de las
calles colindantes del centro de la ciudad. Se trataba de un edificio de
bastantes años lo cual podía verse reflejado en su fachada repleta de oscuros
tonos descoloridos. Grandes ventanas las cuales permitían ver el escaso sol que
se encuentran por ese tipo de calles
colindantes al centro de Barcelona, mi ciudad. Por aquellos lugares que el sol
pudiese tocar tu piel se convertía en todo un regalo. Su interior no era una maravilla, quizás había quedado
contagiado por la fachada exterior. Dentro, donde yo trabajaba como simple
administrativo de poca monta, se encontraban las oficinas de un periódico local
de escaso renombre pero bastante ambición. Apenas éramos unos treinta
trabajadores los cuales, en muchas ocasiones, teníamos nuestras diferencias.
Era normal que entre departamentos existiese únicamente una relación laboral.
Era normal observar como los jefes de
sección miraban con cierto desprecio los trabajadores del resto de secciones. Y
mucho más cuando pasaban al lado de que menos cargo tenían, como en mi caso.
Entonces pasaban a tu lado alzando el
cuello, sacando pecho y con unos aires
altivos que desde luego no estaban
hechos para mí. Yo prefería intentar pasar todo lo desapercibido que mi gran
altura de cerca de dos metros me permitiese. En ocasiones no era fácil pero sin
duda alguna el silencio puede empequeñecer aquellas cosas más grandes, incluso
las acciones de cada uno de nosotros. Por suerte en mi departamento contaba con
gente de silencios a media palabra similares a los míos. Éramos compañeros pero
poco más. Así lo quería, años atrás todo habría sido muy distinto pero ahora es
presente, por más que mirase los años que dejé atrás siempre supe que nada
volvería a ser como antes.
-Buenos días –Dijo de manera
alegre Miriam, una de mis compañeras, desde su mesa de trabajo.
Su sonrisa de buena mañana era
envidiable. Apenas logro recordar, cuando fue la última vez que no la vi
sonreír. Su rubia a la par que ondulada y larga melena lucía como el escaso sol
de buena mañana. Era la más veterana de todo el departamento por lo que era normal que su carga de trabajo fuese muy
superior a la del resto de mis compañeros de sección, incluido yo. Al fin y al
cabo mi trabajo solo consistía en archivar documentos, ayudar al resto de mis
compañeros en diversas labores, hacer pequeños
encargos, un simple peón al fin y al cabo, el último de una escalera
ascendente. Cuando finalmente me dispuse a comenzar a archivar unos documentos
sin importancia observé como Víctor, nuestro fotógrafo de sección, hacía acto
de presencia intentando disimular un cierto retraso a la hora de llegar a su
puesto de trabajo.
-Buenos días a todos-
Dijo de manera cordial.
-Buenos días- Saludamos Miriam
y yo.
Era curioso ver como las dos
únicas personas con el pelo largo en todo el periódico se encontraban juntas en el mismo
departamento. La única diferencia entre aquel chico joven de veintiocho años y
yo se basaba sobre todo, además del lógico carácter, en mi creciente barba.
Víctor siempre solía llevar el rostro impecable, afeitado y con un aspecto realmente envidiable. Observé como extraía de
un robusto estuche de color negro su
cámara fotográfica. Quizás no era el
mejor fotógrafo del mundo pero sin duda
alguna su afán por mejorar y avanzar era toda una virtud. Antes de que
tanto Víctor, como Miriam y yo pudiésemos darnos cuenta escuchamos unas voces
conocidas.
-Es lo que yo te decía.
Vivimos en un mundo que hace temblar los cimientos de ciertas teorías
evolutivas -. Comentaba una de aquellas voces.
-Todavía queda algún rescoldo
de humanidad en este mundo ¿no crees? Tiene que existir aunque sea un pequeño
ápice de sentido común -. Decía la otra.
-¿Realmente crees en la
humanidad?-.
-Bastante tengo con creer en
mí mismo como para pensar en aspectos
más inverosímiles de la evolución humana.
Aquellas conversaciones tan
utópicas de buena mañana, solo podían pertenecer al resto de mis compañeros de
sección. Por un lado se encontraba Sergio, un auténtico cerebro literario a
pesar de ser el más joven de todo nuestro departamento. Su aspecto débil con un
cabello corto, unas discretas gafas y una altura tirando a baja no hacían más
que potenciar aquel aspecto frágil, daba la sensación de que en cualquier momento podía romperse.
Pero al igual que por fuera su apariencia podría mostrar una gran debilidad
hacia el mundo, por dentro era toda una enciclopedia andante como solíamos
denominarle el resto de compañeros. Preguntases lo que preguntases él podía
darte una respuesta. O al menos una respuesta
que fuese creíble pues cuando la duda es elevada cualquier respuesta,
por muy errónea que esta sea, puede parecernos la correcta. La otra persona que
le acompañaba no era otra que David: nuestro jefe, o responsable pues en ocasiones la palabra jefe suele escribirse
con letras serias, firmes y de posición elevada. Y desde luego esas palabras no
encajaban con David. No es que fuese un jefe juerguista y despreocupado, ni
mucho menos. Se trataba de un chico de origen holandés de apenas treinta y
cinco años, de complexión normal. Al
igual que Sergio, David también llevaba unas
discretas gafas de pasta oscuras. Gracias a su corte de pelo rozando el
afeitado completo de su cabeza era habitual verle hacernos comentarios
simpáticos tanto a Víctor como a mí. Su carácter abierto y amable provocaba que
trabajar con él fuese todo un placer. Podíamos quejarnos del horario, de que en
ocasiones teníamos algunas tareas que distaban mucho del trabajo en un
periódico, incluso en ocasiones podíamos quejarnos de nuestras herramientas de
trabajo. Pero desde luego no podíamos quejarnos del trato teníamos con David.
De acuerdo, en ocasiones, y más por sentido común y obligación que por gusto,
debía ponerse algo serio y firme, de lo contrario aquel joven rebaño, podía descontrolarse: la juventud puede tener los
pies en la tierra pero suele crecer con alas en los brazos.
Por otro lado se encontraba la
relación entre nosotros. Posiblemente éramos el departamento mejor avenido
dentro de aquel joven periódico. A diferencia de otras secciones donde imperaba
la ley del más fuerte aunque fuese a base de sucias estratagemas preparadas
desde el silencio, nuestro departamento mantenía una línea horizontal donde
nadie estaba por encima de nadie, salvo David claro. Miriam era la alegría, el
sol en los días más nublados, el espíritu jovial que radia felicidad a todos
cuanto le rodean. Víctor era la persona
tranquila, el taimado, la tranquilidad más absoluta a pesar de que, en más
ocasiones de las que realmente deseaba, aquel ritmo pausado debía romperse para
sacar una buena instantánea. Por su lado Sergio, y supongo que debido a su
frágil apariencia, era el protegido por todos, en ocasiones le tratábamos como
si fuese nuestro hermano pequeño. Por mi parte algunos me consideraban el muro,
el impenetrable, el frío en cierto modo.
Me consideraba compañero de la gente que me rodeaba pero no amigo,
tampoco quería serlo.
-Tú no eras así-. Pensaba una
y otra vez cuando el recuerdo de un pasado, tal vez, mucho mejor, regresaba a
mi mente- Tú no eras así-.
Nuestro presente, el ahora más
absoluto, está marcado por nuestro pasado. Por un ayer que ya no volverá por
más que, al mirar atrás, nos arrepintamos de aquello cuanto hemos hecho.
Incluso el ahora ya es pasado. Por eso en muchas ocasiones deseaba borrar mi
mente, recordar duele, a todos nos duelen los recuerdos. Imaginar no deja de
ser más que desear mientras que recordar solo es volver atrás. Por eso era frio
y distante, por eso mi cuerpo se había convertido en un muro
infranqueable. A todos nos sucede, todos nos convertimos en un erizo
humanizado, cuando nos sentimos atacados nos enrollamos en nuestra propia
burbuja aunque en lugar de espinas, y como una muestra más de la crueldad
incesante del ser humano, en lugar de espinas o púas, nos defendemos con
agresividad ya sea verbal o física. En mi caso esa coraza de erizo se había
convertido en un muro imposible de atravesar. ¿Por qué? Todos tenemos un pasado
que tarde o temprano nos visita….
(continuará)
Y dicho esto...hasta mañana ^_^
Uuuiiiii!!! Por fin algo de lo nueo. Enhorabuena, tiene muy buena pinta y tengo ganas de continuar leyendólo.
ResponderEliminarYo te lo había prometido para Junio y...algo me dice que será antes jajajajajaja y si, tu tienes que tener una copia a la de ya (aparte que algo te cae el prologo :P)
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